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Cuando uno de tus mejores amigos te dice que se va a casar, que será una boda muy íntima, solo padres, hermanos y testigos y además te dice que quieren que seas uno de los dos testigos, te sientes muy querido y es una reafirmación de nuestra amistad. Nathalie y yo fuimos los testigos de su boda, porque vimos nacer su amor. Desde el primer día compartieron con nosotros las dudas, temores e ilusiones, propias de cualquier comienzo y con el paso de los años nuestra amistad ha crecido a la vez que se consolidaba su relación. Leo ha llegado este año lleno de vitalidad, es un torbellino que va muy rápido en todo su aprendizaje (será porque nació casi dos semanas después de la fecha prevista) y siempre tiene una sonrisa para todo el mundo, no solo en la boca, sino también en los ojos los cuales son un calco de los de su madre.
Bueno, pues si ser testigo de su boda ya era un privilegio, hacer la película de esta sería un honor. Hablando con ellos les dije que tenía algunas ideas que quería poner en práctica y que necesitaba hacer crecer a lo ancho la película, para poder contar toda su historia; por lo que además de grabar el día de la boda, íbamos a convivir unos días para rodar material extra. Estar presente en su día a día, desde que se levantan desperezándose los tres, hasta que se acuestan. Me dio la posibilidad de crear un documental de observación puro, sin apenas intervención mía, quedando de este modo para el recuerdo una pieza, natural y fiel a su historia.
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